La divergencia del futuro
Las explicaciones que Darwin dio en su día sobre los procesos de
adaptación y selección natural son insuficientes para dar cuenta de la
complejidad del mundo actual, donde el peso de las rupturas y discontinuidades
es esencial
https://elpais.com/elpais/2017/08/30/opinion/1504118222_357053.html
Cuando observamos la infinita diversidad de formas de vida que abundan
en la flora y en la fauna, descubrimos cuán extraños, surrealistas, oscuros,
imaginativos e incluso contradictorios son los fenómenos que se dan en la
naturaleza. No hay que sorprenderse mucho si, entre todos los animales, son los
hombres los que son capaces de tener las ideas más audaces para poder disponer
del medio ambiente e, incluso, para modificar la evolución de su propia
especie. La ética constituye así la mayor divergencia que tenemos para
modificar nuestro destino. En términos universales puede parecer un detalle
marginal, aun cuando lo llevemos con orgullo, pues es algo que no parece
manifestarse en ninguna otra especie, ni en la naturaleza en general. De esta
no estudiamos más que su evolución astrofísica, geológica y biológica, desde
luego fabulosa pero amoral. Pero esa voluntad ética que consigue transformar
nuestra evolución es una decisión exclusivamente humana, “antinatural” diría
Darwin, pues protegemos a los débiles y ayudamos a los moribundos frente a la
dura ley del más poderoso que domina la evolución. Asumimos el riesgo que
deriva de nuestra empatía y solidaridad y tomamos el juego de cartas de la
naturaleza para distribuirlo nosotros mismos con el objetivo de obtener,
probando todas las combinaciones posibles, un estatus sobrenatural. Seremos dioses es el título de un libro mío.
No se puede explicar el genio creativo de Velázquez o de Don Quijote con
la teoría darwinista de la selección natural. Tampoco el de Van Gogh o el de
Antonin Artaud: su audacia los terminó aislando como artistas malditos y los
condujo al asilo psiquiátrico y a la miseria. Tampoco se podría explicar la
invención de la relatividad por Einstein o la de la mecánica cuántica por Niels
Bohr. Y menos aún la emergencia de las tecnologías digitales. Los conceptos de
Darwin no consiguen dar cuenta de estas innovaciones, que tienen una
importancia evolutiva mayor para nuestra especie.
Resulta evidente que existe en la naturaleza, incluyendo en la
naturaleza humana, un instinto de creación que procede por ruptura y que asume
el riesgo de hacerlo así. Y, a pesar de que no es fácil demostrar su
existencia, la afirmamos porque sus efectos son indudables. Las mayores ideas
que han aparecido en la historia humana, son las que producen divergencias.
El
origen de las especies por medio de la selección natural, o la preservación de
las razas favorecidas en la lucha por la vida, publicado en 1859, marcó una formidable ruptura —una divergencia—
frente a las creencias que dominaban entonces Occidente, cuando el creacionismo
bíblico constituía la teología oficial del cristianismo. Pero hecho este
homenaje, conviene constatar también que esta teoría de la evolución por adaptación
y selección natural, que sigue siendo fundamental para comprender la evolución
de los reinos animales y vegetales, no permite explicar las rupturas que se
producen en la evolución en general. La actual observación de la fauna y la
floranos nos obliga a reconocer que las adaptaciones por la selección natural
solo son un proceso secundario de las especies. Lo que Darwin puso
magistralmente en evidencia ya no consigue explicar las divergencias radicales
de las que proceden hoy la multitud de fenómenos existentes. Observamos tales
diferencias, tales incompatibilidades, tales contrastes, incluso tales
contradicciones, entre los medios de vida, los géneros y las especies que es
impensable atribuir semejantes procesos de evolución a la ley de Darwin. Sabemos
que el stress del medio ambiente crea aceleraciones
evolutivas estimulando las mutaciones. Pero no se trata de la transmisión a
posteriori de caracteres adquiridos —decisivos en esta infinita diversificación
de las especies—, ni de la novedad de las mutaciones posibles por saltos y
diferencias creadoras. Son esas divergencias las que llaman la atención de los
biólogos. Hay en la naturaleza, desde ahora en adelante, una fuerza de creación
que nada tiene que ver con un dios. Está inscrita en el potencial de la
naturaleza como motor de vida; esta voluntad-mundo explora y vuelve a combinar
sin límites el alfabeto de la vida para crear otros escenarios biológicos.
No podría dar obviamente una prueba científica de lo que yo afirmo. Pero
una diversidad tan grande, por su propia existencia, favoreece la potencialidad
de la divergencia de la naturaleza. La ley de la divergencia se toma hoy cada
vez más en cuenta en la física; se impone también en biología y en las
evoluciones sociales. El darwinismo estaba inscrito en el comportamiento
lineal. Los procesos de divergencia se comportan en cambio como arabescos, como
hemos constatado notablemente en las mutaciones virales y celulares que
complican considerablemente las investigaciones de la medicina.
La evolución humana ha conocido numerosas repeticiones, adaptaciones y
selecciones naturales. Se ha puesto en evidencia en el pasado que de la
existencia de dos especies humanas, solo una ha sobrevivido. Pero sería muy
difícil explicar el diferencial que ha crecido exponencialmente entre
“nosotros” y las demás especies animales sólo por la selección natural y la
transmisión de caracteres adquiridos. No cabe duda de que varias especies
animales utilizan, como nosotros, herramientas a veces de manera asombrosa. El
castor crea andamios sofisticados; las hormigas y las abejas, sociedades
emprendedoras y trabajadoras; podríamos citar miles de ejemplos que contradicen
la diferencia supuestamente radical entre el hombre y el animal, afirmada de
manera errónea por tantos filósofos y antropólogos célebres, pero
antropocentristas. En el caso concreto de la especie humana la divergencia es
inevitable, permanente y espectacular. Y esta es desde ahora en adelante todo
lo contrario de la ley darwiniana: el hombre que evoluciona en función de sus
propios proyectos, sus saltos y rupturas, incluso sus locuras, crea su
ecosistema y trasforma la tierra, hasta el punto de que los científicos hablan
del Antropoceno para nombrar nuestra época.
El darwinismo no es falso; está científicamente demostrado, pero es
insuficiente. Es un elemento parcial de explicación de la evolución. Frente a
los actuales escenarios de la naturaleza, es necesario pasar de una ley de la
adaptación a una ley de la divergencia, que no puede demostrarse desde la
observación, pero que se impone a la vista del conjunto de las vías creativas y
contradictoras que explora la naturaleza.
La divergencia no tiene que ver solo con las especies vivas. Se
encuentra regularmente también en las leyes físicas de la naturaleza. Tomemos
un ejemplo cotidiano: el paso del agua del estado líquido al estado gaseoso o
sólido. Es fruto de variaciones de los lazos químicos entre las moléculas de
agua, por discontinuidad, ruptura o divergencia.
La divergencia es una ley fundamental de la naturaleza mucho mas
importante que la ley darwinista de la adaptación y selección natural.
Hervé
Fischer es artista y filósofo. El
Centro Pompidou de París ha clausurado hace poco una retrospectiva de su obra.